miércoles, 7 de diciembre de 2011

África del Norte y Medio Oriente: Las masas obreras y populares siguen a la ofensiva


Desde el viernes 18 de noviembre, las masas populares de Egipto volvieron a ocupar la Plaza Tahrir, el centro político del movimiento revolucionario que derribó hace nueve meses la dictadura de Mubarak. Es la respuesta obrera y popular ante el intento del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas de escatimar las conquistas democráticas por las que el pueblo egipcio luchó y dio su sangre. Desde la caída de Mubarak, el Consejo Militar se hizo cargo del poder con la promesa de transmitirlo a un gobierno elegido por el voto en seis meses. Esta salida fue impuesta por el imperialismo y avalada por la burguesía egipcia, ante la imposibilidad de hacer retroceder el movimiento revolucionario obrero y popular con la represión de las fuerzas policiales y las bandas armadas, y cuando las huelgas obreras se generalizaban contra el régimen. El ejército se negó a acatar las órdenes de Mubarak de reprimir para evitar la división de sus tropas y mandos medios, que simpatizaban y confraternizaban con los manifestantes. De esta manera, el ejército –que todavía contaba con apoyo popular- pudo ubicarse frente a las masas como garante de la transición a un “régimen democrático”. El régimen dictatorial de Mubarak fue tolerado por 3 décadas, pero ante la crisis general capitalista y el alza en los productos de primera necesidad, fue incapaz de garantizar ni siquiera el trabajo para un enorme porcentaje de jóvenes y salarios que alcanzaran para satisfacer las necesidades básicas de la población trabajadora. Este fue el motivo de fondo de la insurrección popular. Los trabajadores y el pueblo que voltearon a Mubarak, tienen ilusiones en que por medio de la democracia van a conquistar mejores condiciones de vida. Y creyeron en que el gobierno militar sería una corta transición a la democracia.

Pero la Junta Militar, que es el garante último del régimen burgués, no puede dar ni trabajo, ni pan, ni democracia. O mejor dicho, no puede dar democracia porque, ni los militares ni el gobierno burgués que resulte elegido en las urnas pueden dar trabajo ni pan.

Por esta razón el Consejo Supremo quiso imponer condicionamientos a la redacción de una Constitución, reservándose el poder de veto, y la garantía de que no serían tocados sus intereses económicos. Hay que recordar que el ejército controla una gran cantidad de empresas que de conjunto representan el 40% del PBI, y las FFAA egipcias son las que más fondos (U$D 1.300 millones) como “ayuda militar” reciben por parte de EE-UU, después las de Israel. Además, mientras que fueron convocadas para el 28 de noviembre las elecciones legislativas, el gobierno militar ubicaba las elecciones presidenciales para una fecha indefinida del año 2013, cuando al asumir el poder habían prometido que se realizarían en seis meses.

Contra estos intentos de retacear el poder del futuro gobierno elegido por el voto, se lanzaron a la protesta miles de manifestantes, encabezados por la Hermandad Musulmana (HM), el principal partido burgués de Egipto, de orientación islamista moderado al estilo del actual gobierno turco. Con la presión de una movilización controlada, la HM que espera ganar la mayoría en las elecciones legislativas, quería evitar condicionamientos militares. Las manifestaciones fueron duramente reprimidas por la policía, por orden del Consejo Militar gobernante, con un saldo de alrededor de 40 muertos y 2.200 heridos. Pero el pueblo no retrocedió sino que por el contrario multitudes, más numerosas aún, coparon la Plaza Tahrir, a pesar de que la HM, viendo el riesgo de perder el control de las movilizaciones, se retiró después del primer día. Este es un síntoma claro de la vitalidad que aún conserva la revolución. Las manifestaciones se sucedieron día tras día desde el 18 de noviembre, no sólo en El Cairo, sino en las principales ciudades de Egipto, como Alejandría, Suez, Qena Asuán y Asiut.

En esta fase la revolución todavía está centrada en las demandas democráticas. A principios del mes de septiembre tuvieron lugar manifestaciones contra los juicios por tribunales militares contra civiles, la continuidad de las detenciones arbitrarias, las torturas a los presos y la represión. Pero también se han desarrollado importantes huelgas obreras y la organización de sindicatos “libres” del aparato burocrático montado en la época de Mubarak que todavía subsiste.

Hay que destacar, por su importancia para las perspectivas estratégicas, que los trabajadores y el pueblo hicieron una rápida experiencia con el ejército, el que aparecía al principio de la revolución con mucho apoyo popular, mientras que ahora los manifestantes reclaman que deje el poder. Ahora en la Plaza Tahrir, la consigna más gritada fue ¡Abajo los militares!

Las masas obreras y populares, todavía desarmadas, y sin una dirección marxista revolucionaria, confían en la presión que pueden ejercer las manifestaciones multitudinarias. Esta presión obligó a que el Consejo Militar se comprometiera a realizar elecciones presidenciales para 2012, y provocó la renuncia del presidente del Consejo de Ministros, una institución sin poder efectivo y subordinada totalmente al poder militar. Pero en su reemplazo fue nombrado Kamal Ganzouri, un hombre que fue primer ministro de Mubarak, aparentemente de común acuerdo con la HM. Las agrupaciones juveniles que fueron vanguardia en la revolución que volteó a Mubarak como el Movimiento 6 de Abril y la Coalición de jóvenes de la Revolución, han propuesto como jefe de un “gobierno de salvación nacional” que reemplace al poder militar a dirigentes de la burguesía, inclusive a algunos estrechamente vinculados al imperialismo como El Baradei, ex secretario general de la AIEA (Agencia Internacional de Energía Atómica), la que presta servicios al imperialismo dando argumentos para justificar las sanciones y posibles ataques contra Irán.

Aunque todavía en la fase democrática de la revolución, este segundo ascenso de la movilización no puede ser caracterizado de manera independiente del proceso que se desarrolla en toda la región del Norte de Africa y el Medio Oriente. La reciente caída del régimen de Kadafi, tras siete meses de guerra civil, en las que el pueblo se armó y formó milicias que terminaron entrando en Trípoli, derribando la dictadura, y ejecutando al propio Kadafi, dio impulso a la lucha en toda la región. Los bombardeos de la Otan y la intervención de las potencias imperialistas (EE-UU; Francia e Inglaterra), a favor de la dirección burguesa proimperialista del CNTL, no cambiaron el carácter principal de la lucha del pueblo Libio contra una dictadura sangrienta, que mantenía en la abundancia a las camarillas y tribus vinculadas al aparato de poder, mientras el resto del pueblo padecía privaciones y represión. Es parte del mismo proceso de ascenso revolucionario regional que se retroalimenta mutuamente, en el cual las potencias imperialistas pretenden reubicarse para influir en el curso de los acontecimientos políticos en beneficio de sus intereses. Pero inclusive el gobierno del CNTL es mucho más débil e inestable que el gobierno militar egipcio, dado que no hay un ejército regular, las milicias continúan armadas y es muy dudoso que las vayan a entregar a un gobierno en el que no confían. Si han aceptado su comando militar ha sido con el objetivo de derrocar a Kadafi, pero es evidente que el CNTL no controla completamente la situación, como lo demuestran estos dos hechos recientes:

Hace poco más de dos semanas hubo enfrentamientos armados entre milicias procedentes de la ciudad de Zawiya y miembros de la tribu Wershifanna, por el control de una base militar en las cercanías de Trípoli. Según la agencia de noticias Reuters, “El presidente del CNT, Mustafá Abdul Jalil, culpó a antiguos rebeldes "irresponsables" de la violencia desatada recientemente y que ha hecho temer incluso que estallen nuevas disputas entre grupos que estuvieron unidos para derrocar a Muamar Gadafi.”(14 de noviembre).

Por otro lado, un centenar de manifestantes rodearon un avión tunecino en el aeropuerto de Mitiga (Trípoli), retrasando su despegue, en protesta contra el Gobierno del CNT.

Un periodista de Reuters informó que “no se ha registrado violencia, aunque varios de los manifestantes portaban armas y atuendos de combate.” “Los manifestantes, procedentes del distrito de Souq al Juma de Trípoli, un bastión antigadafista, han exigido a las autoridades libias que abran una investigación para esclarecer las circunstancias en las que varios miembros de la milicia de dicho distrito murieron la semana pasada en unos altercados que tuvieron lugar en Bani Walid, una de las últimas localidades en caer en manos de los rebeldes situada al sureste de la capital libia.” Y Reuters agrega el siguiente comentario: “Este incidente representa el último episodio de ausencia de ley en Libia, donde el Gobierno interino está luchando para controlar los grupos de interés locales, que, en muchas ocasiones, están apoyados en milicias armadas.”(27 de noviembre)

Las caídas de las dictaduras de la región son primeros triunfos de la movilización revolucionaria de las masas. Por la falta de una dirección marxista revolucionaria, la clase obrera no ha podido convertirse en caudillo del pueblo pobre y desarrollar una ofensiva destinada a conquistar el poder. Aprovechando ésta enorme desventaja del movimiento revolucionario, el imperialismo y las burguesías reaccionarias actúan de contraofensiva, tratando de ponerle límites y desviarlo al pantano reaccionario de regímenes democrático burgueses.

Tanto el gobierno del Consejo Militar en Egipto, como el gobierno del CNT en Libia son el resultado de la política del imperialismo, en alianza con buena parte de las burguesías nativas. En Libia la intervención del imperialismo tuvo que ser militar porque no pudieron evitar que la represión de Kadafi desencadenara una guerra civil. En Túnez como en Egipto, la intervención todavía está centrada en la orientación política del proceso. Es obvio, que si las FFAA egipcias no respondieran a la línea de EE-UU, no seguirían recibiendo los suculentos fondos de “ayuda militar”. El adelantamiento de las elecciones presidenciales por parte del Consejo Militar egipcio, responde a la necesidad de hacer concesiones para desmovilizar a las masas, al acuerdo con la Hermandad Musulmana, pero también a la orientación política del gobierno de EE-UU, quien por boca de Hillary Clinton, ante el ascenso de las movilizaciones, declaró que había que traspasar el poder a un gobierno civil lo antes posible.

Ante la irrupción revolucionaria del movimiento de masas, y en tanto la represión no consiguió derrotarla, la política del imperialismo en la región se centró en presionar a los gobiernos acorralados por las movilizaciones, para que busquen una salida negociada del poder, dando lugar a gobiernos de transición que abran de la manera más retaceada posible el cauce a regímenes democrático-burgueses, según las circunstancias de cada país. Así actuó en Túnez, Egipto, y actúa en Yemen y en Siria.

En Yemen, el presidente Ali Abdullah Saleh –que gobernaba desde 1978- luego de que la continuidad de las masivas movilizaciones hicieran fracasar todas sus maniobras tratando de sostenerse en el poder, acaba de anunciar un acuerdo para un gobierno de transición, hasta su retiro formal en febrero. Este acuerdo fue forzado por el Consejo de Cooperación del Golfo, encabezado por Arabia saudita.

En Siria, además de la presión de las potencias imperialistas como tales y sus organismos internacionales como la ONU, el imperialismo interviene de común acuerdo con Turquía y la Liga Arabe, cada vez más preocupados por la inestabilidad que crearía una guerra civil, en ese país clave en una región cruzada por conflictos calientes. No sólo porque está latente un recrudecimiento de la lucha entre palestinos y sionistas (que involucraría como mínimo a Palestina, Israel y Líbano), sino que las acciones de milicias del pueblo kurdo que luchan por su independencia contra el gobierno turco, han escalado en los últimos meses. Sin embargo además de las constantes y masivas movilizaciones de masas que son reprimidas ferozmente por el régimen de Bashar Al Assad, con una cantidad impresionante de muertos (se calcula que ya son más de 4000) y heridos, un sector del ejército ha desertado y ha constituido el “Ejército Libre Sirio”, el cual ya ha realizado importantes acciones militares cerca de la capital Damasco.

Hasta en Kuwait acaba de renunciar el gobierno del primer ministro Nasser al Mohamad al Sabah, tras semanas de protestas populares reprimidas duramente en las calles de la capital, que pedían que también que se disuelva el Parlamento y que se convoque a elecciones anticipadas.

Sólo en Bahrein, pequeña nación insular sede de la V Flota de EE-UU para el Golfo Pérsico, la intervención represiva de tropas de Arabia Saudita, logró contener las movilizaciones populares.

Acicateadas por una crisis general del capitalismo, que hace cada día más difícil las condiciones de vida, sometiéndolas a privaciones insoportables, las masas obreras y populares de la región están desarrollando una ofensiva revolucionaria que ha derribado dictaduras capitalistas y proimperialistas, que por décadas han sostenido regímenes de opresión. Sobre esta base y a la contraofensiva, actúan las potencias imperialistas en alianza con las camarillas burguesas, tratando de sostener las viejas posiciones u ocupando nuevas, en la lucha por fortalecerse en una región clave para dirimir la relación de fuerzas interimperialista a nivel mundial. Los marxistas revolucionarios sabemos que estos primeros triunfos de la movilización revolucionaria de las masas sólo pueden consolidarse y avanzar mediante la conquista del poder por gobiernos obreros y campesinos que impulsen la lucha por una revolución socialista internacional, para lo cual es indispensable la construcción de partidos obreros revolucionarios e internacionalistas.

Un capítulo fundamental en esta disputa del poder regional se desarrolla con la escalada de amenazas de un ataque militar a Irán, de manera directa por el régimen sionista de Israel, de manera solapada por EE-UU, Inglaterra y Francia. De concretarse estas amenazas comenzaría una guerra de consecuencias imprevisibles, y de alcance no solo regional sino mundial. Esta es la razón por la que todavía, pese a las pretensiones de Israel, EE-UU no se decide al ataque. Sin embargo, la cuenta regresiva está en marcha, porque resulta extremadamente difícil creer que Israel pueda tolerar a un Irán con armamento nuclear. Para EE-UU, no secundar a Israel en una guerra contra Irán, sería una declaración de decadencia tal que perdería por completo su influencia regional y quedaría extremadamente débil en el plano internacional. Pero Irán no es el único foco de tensiones en la región. El régimen sirio ha amenazado con “un terremoto” en la región y con “incendiar Israel” si hay intromisión militar extranjera contra su gobierno, en tanto Al Assad resiste las presiones de Turquía y la Liga Arabe para que abandone el poder, y la situación se desliza hacia una guerra civil abierta. En síntesis, toda la región es un verdadero polvorín, con varias mechas listas para encender.

Sólo una revolución obrera y socialista triunfante puede derrocar a las burguesías reaccionarias, expulsar al imperialismo de la región, e imponer la única solución que puede permitir el progreso y la hermandad de los pueblos, liberados de la explotación y la opresión, en una Federación Socialista del Medio Oriente y el Magreb.

Antonio Bórmida
29/11/2010

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